Mike Michalowicz en su libro «El empresario del papel higiénico» inicia su primer capítulo con un ejemplo de cómo comienza muchas de sus charlas, utilizando el truco del billete de cien dólares, tomado según el autor, de Jack Canfield.
Empieza preguntando: «¿Quién quiere ser multimillonario?». La sala se llena de manos alzadas. «Quién de aquí es multimillonario?». Las manos bajan. «¿Quién quiere tener un impacto positivo en este mundo?». Las manos se levantan. «¿Quién lo ha logrado?», las manos bajan. «¿A quién le gustaría ser conocido por el bien que ha hecho?». Ahora suben. «¿Quién lo ha conseguido?». Las manos bajan.
Después de explicar a los asistentes que esas aspiraciones son legítimas pero inalcanzables en este momento, hurgo en mi bolsillo y saco un billete de cien dólares. Lo levanto y digo: «Esto es algo que todos podemos ver y sobre lo que todos podemos hablar. «¿Quién quiere este billete de cien dólares?».
Todas las manos se elevan y yo pregunto de nuevo: «¿Quién quiere este billete de cien dólares?». Las manos siguen alzadas, acompañadas ahora por una expresión extraña en los rostros. La tercera vez que pregunto obtengo la misma respuesta. Normalmente tengo hacer la pregunta cuatro o cinco veces hasta que una persona se levanta avergonzada de la silla, se dirige hacia mí y, con precaución, toma el billete de mi mano. Los demás se quedan mirándole estupefactos.
Cuando la persona del billete de cien dólares vuelve a su silla, pasamos a hacer una exploración de nuestras creencias. Aunque todos levantaron la mano diciendo que querían el billete, sus creencias les impidieron tomarlo. «Es un truco». «Es vergonzoso». «Lo retirará cuando vayas a tomarlo». «Otro se lo merece más que tú». Estas poderosas creencias limitadoras mantienen a todo el mundo pegado a su silla, aunque todos quieren los cien dólares.
Pero una persona, quizá por la misma frustración que sentía, decidió cambiar su creencia: «Voy a por él». «¿Qué es lo peor que me puede pasar?». «Qué más da si es un truco o si se ríen de mí». «Tal vez sí me lo pueda quedar». «A lo mejor no es un truco». «Voy a por él, ¡ahora!».
Lo único que se interpone entre los asistentes y el billete de cien dólares es aire. Nada más. Sin embargo, la fuerza de sus creencias es tan poderosa que los mantiene inmovilizados. Me pregunto cuántos billetes de cien, y qué otras oportunidades dejan pasar por culpa del miedo.
Imagínate a ti mismo en esa charla. Apuesto a que habrías levantado la mano como todos los demás confirmando que querías ser millonario. Pero estoy seguro de que, al igual que el resto de los asistentes, no habrías tomado ese billete que te mostraba. Si no eres capaz de levantarte de la silla para tomar el billete, ¿qué te hace pensar que harás algo para ganar cien millones? No lo harás.
No puedes hacer nada si no tienes creencias que lo respalden. Y no intentes engañarte a ti mismo y decir que será diferente cuando lo que esté en juego sea algo más importante y que entonces sí tendrás lo que hay que tener para ganar millones. Si no eres capaz de tomar los primeros cien dólares de tus millones cuando te los están poniendo enfrente, ¿qué te hace pensar que te comportarás de forma distinta en los negocios? Si quieres tener éxito, tendrás que destruir las creencias que te limitan y crear otras que te potencien.
En las charlas, cuando han pasado alrededor de cuarenta y cinco minutos, hago un resumen que nos lleva a la demostración del principio. Les digo a los asistentes que ahora puedo probar que han cambiado sus creencias. Me meto la mano en el bolsillo y saco otro billete de cien dólares. Antes de que pueda decir una palabra, todos se abalanzan como enloquecidos hacia mí, y en un instante el dinero desaparece. Ese es el poder que tiene una creencia positiva. Tu éxito empresarial depende de ella.
Fuente: Mike Michalowicz. «El empresario del papel higiénico».